sábado, 11 de mayo de 2013

Rápido, lento



El despertador suena a las 4:50. Salto de la cama de un brinco y me doy la ducha más rápida de mi vida. No hay mucho tiempo.

Rápido, rápido.

Suena el teléfono de la habitación. Son las 4:55 y ya me he vestido. Me avisan de recepción que el taxi ya me está esperando. Cinco minutos antes de lo previsto; se ve que el taxista también tiene prisa.

Rápido, rápido.

Atravesamos las calles de Palma de Mallorca, desiertas a esas horas, a toda pastilla; el taxista va oyendo música pop, de ritmos muy vivos. Me deja en el aeropuerto poco después de las 5:10 - impresionante.

Rápido, rápido.

Voy directo al control; nunca se sabe lo que te puedes retrasar ahí y de hecho hay mucha gente, para ser la hora que es. Todo el mundo pasa apresurado. Bien, esta vez no me tengo que quitar los zapatos. Recojo todo sin dilación; el embarque empieza a las 5:45 y los pasillos del aeropuerto de Palma son largos.

Rápido, rápido.

Aún me sobran 10 minutos antes de que empiece el embarque. Un momento de calma y en seguida al avión. Despegamos a las 6:15, la hora prevista. Duración estimada del vuelo: 27 minutos. Antes de embarcar veo un anuncio: "A todos nos gusta volar". No es verdad: yo odio volar.

Rápido, rápido.

El avión aterriza 10 minutos antes de lo previsto, dice el comandante, pero mi reloj dice que son las 7:00. Algo pasa con el tiempo en los aviones: nunca tienes claro a qué se refieren cuando te dicen el tiempo de vuelo. Después, la salida: el avión va abarrotado, y toca esperar un rato antes de salir. Tengo margen: mi tren de vuelta a casa no sale hasta las 9:05.

Rápido, rápido.

Tomo el tren de cercanías a las 7:38, y poco antes de las 8:00 estoy en la estación de Barcelona Sants. Suerte de esos 10 minutos de avance que tuvo el avión; si no, llegaría a Sants media hora más tarde y no podría desayunar. Café, croissant, zumo y un precio que no tiene nada que ver con lo que me costaría en casa. Me voy hacia la zona del AVE. Veo un panel luminoso que nos informa de que hay un servicio especial de trenes para que la gente se pueda desplazar al circuito de Montmeló, donde este fin de semana se disputa un Gran Premio de Fómula 1. Todo va rápido, todo tiene que ir rápido.

Rápido, rápido.

Entro en el tren Avant. Todavía no había cogido el tren rápido de Barcelona a Figueres (o viceversa) desde los meses que hace que lo han inaugurado. Es un tren caro y la única parada en Barcelona queda lejos de mi trabajo, y la de Figueres ni siquiera está en Figueres, sino en el pueblo de al lado (Vilafant). Pero tengo que llegar a casa cuanto antes; sólo he estado un día fuera, pero hay momentos en que las horas son como días y los días como meses. Tengo que volver a casa.

Rápido, rápido.

Por fin llego a mi casa. Saludo a mi mujer y a mis hijos; son las 10 y pico de la mañana. El reloj aún manda; hay varias actividades de cada sábado que deben cumplirse, y aún el ritmo es frenético. Sin embargo, la lógica de las cosas comienza a ser más elástica: el tiempo se dilata, los compromisos se relativizan, las cosas importantes reclaman su lugar en la vida.

Lento, lento.

Subo al hospital. ¿Cómo fue la operación? Bien, bien. Algunas molestias, pero ya nos darán el alta, me dice mi suegra, mañana o si no el lunes. Mañana difícil, porque es domingo: habrá que esperar al lunes. Cinco días en el hospital, parecen una eternidad. En los tres días ya transcurridos yo he tenido tres reuniones, he impartido un curso para el Ayuntamiento de Barcelona y he ido y vuelto de Palma de Mallorca para dar una conferencia. Pero aquí el tiempo no pasa acelerado, sino que se desliza perezoso.

Lento, lento.

Ya se puede ir, le digo a mi suegra, ya me quedo yo. Los niños viven ajenos a las preocupaciones y el ajetreo de los mayores; sólo piensan en sus juegos y en sus preocupaciones infantiles: dientes que caen, lecciones en el colegio, un paso largo, dos cortos... Está bien así.

Lento, lento.

El tiempo pasa despacio, despacio. Parece que se detiene. A ratos me quedo adormilado: me doy cuenta de que he dormido menos de cuatro horas (los amigos de Palma, haciendo preguntas y más preguntas hasta la madrugada...). El tiempo pasa lento, como pasan las cosas importantes...

Lento, lento.

En una sociedad acelerada como la nuestra, todo tiene que ir deprisa porque el consumo tiene que crecer de manera exponencial para que nuestra economía prospere, para que se creen puestos de trabajo, para que la cosa tire... Ese consumo incesantemente rápido de la energía lleva a mayor disipación, mayor desgaste, menor rendimiento... es la termodinámica, no podemos escapar a ella: más potencia, menos rendimiento. Se podría decir incluso que hacemos las cosas peor por culpa de la precipitación.


A veces me pregunto si todos mis esfuerzos y desvelos merecen la pena, este ritmo vertiginoso, esa sensación de estar, como Charlot, atrapado en el engranaje de una máquina que todo tritura. Y sin embargo después vuelvo a lo importante, a lo lento, a lo que merece la pena... Sí, esto es lo que merece la pena; esto es por lo que se tiene que luchar.


Figueres, 11 de Mayo de 2013
(tiempo para la escritura de este post: 16 minutos).

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